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La más romántica de las historias

jueves, 19 de abril de 2018

Año 2245, Argentina.
Argentina Belgrano, caminaba rumbo al laboratorio GENET entre los estruendos de los bombos y las voces amplificadas por las aplicaciones de megáfonos que usaban anárquicamente quienes manifestaban en contra de los experimentos genéticos. Habían quienes incluso enviaban
a sus asistentes con pantallas enrollables, para hacer acto de presencia. Algunos oportunistas más productivos, cobraban el servicio a varios, conectándolos a la vez en conferencia. Los más pudientes volaban sus drones para proyectar sus hologramas batiendo palmas y golpeando cacerolas virtuales.
—Todo está evolucionado —resongaba Tina—, hasta la forma de protesta. Excepto la forma del recipiente que emulan para la protesta y que hace ese sonido espantoso —refunfuñaba esquivando manifestantes.
El bochinche era ensordecedor y el caos era un reflejo de la sociedad en esos días.
Los medios de comunicación estaban invadidos por asesinatos, intrigas y charlatanes que profesaban el fin del mundo y la necesidad de volver a las costumbres de épocas mejores donde las mujeres eran recatadas y obedientes a sus maridos como “cabeza de familia”. El primer impulsor era la candidata a líder mundial Freyes.
Tina observó las pancartas electrónicas insultando a los evolucionados, llamándolos mutantes, y recordó la noticia sobre el macabro hallazgo de hacía unas semanas, que puso bajo sospecha a un grupo del que se creía que militaba en favor de la evolución libre. Habían hallado el cadáver de un importante director de la compañía HM, productora de pilas de hidrógeno para la industria automotriz, que solía trabajar con evolucionados.
Últimamente todo le recordaba esa pregunta que no dejaba de rondar su cabeza. ¿Qué pretendería hacer el Congreso Mundial con aquella información solicitada al Laboratorio? La termocicladora ya había terminado la ampliación en el proceso de comparación del ADN histórico con el actual. Sólo restaba la electroforesis. Pero no era el mismo procedimiento de comparación de parentesco. Les habían solicitado analizar gen por gen para establecer dónde había ocurrido el salto genético y algo más que sólo sabrían sus jefes cuando lo vieran.
—Buen día Trini —saludó a la recepcionista.
—Buen día Tina. ¿Muy complicado llegar?
—Igual que siempre. ¿Qué tenemos que ver nosotros con experimentos genéticos?
—Acá siempre se quejan con cualquiera. ¡Ay! ¡Esperalo a Fabrizio que va con vos! —instó Trinidad al ver luchar al muchacho contra la marea de gente que se congregaba en la entrada.
Tina se sonrojó al instante. Hacía varios meses que trabajaban juntos y cada vez se ponía más nerviosa alrededor de él. Giró hacia la puerta y sus miradas se cruzaron. Mientras se acercaba jadeante, le sonrió con esa sonrisa honesta que lo caracterizaba y que pulverizaba ropas interiores femeninas.
—Buenos días —saludó agitado.
—Buen día Fabri. Tina te estaba esperando para tomar juntos el ascensor —informó Trinidad.
—¿Yo? No —tartamudeó Tina—, yo no estaba, ella dijo que…—no pudo hilar palabras al ver la gran sonrisa que le dedicó el elegante joven.
Tina se sonrojó obligándose a caminar al ascensor antes de que se le aflojaran las piernas. Perdía todo poder de raciocinio cuando Fabrizio la miraba. Es que no la miraba, la devoraba con los ojos. Pero no sólo a ella. Lo hacía con cada mujer que se le paraba enfrente. Era naturalmente seductor. No hacía ningún esfuerzo por serlo. Por supuesto el hecho de que reconociera en esa reacción para con su compañero de trabajo? todas las características que le faltaban a lo que le provocaba su novio, nada tuvo que ver con que decidiera romper con él después de tantos años de estar prometidos.
—Sí, mejor nos vamos al laboratorio o todos se van a enterar que sólo marcamos horario —dijo Fabrizio, confidente a su oído, siguiéndola de cerca.
El joven genetista habría apostado que no podría haberse sonrojado más de lo que ya estaba. Pero habría perdido.
Mientras ascendían hasta el piso treinta y ocho, comentaban las noticias que reproducían las pantallas del cubículo. Se acomodaban constantemente en el reducido espacio superpoblado de la hora pico de llegada. Al menos durante los primeros pisos.
—La Mutual cumple un año. ¿Viste? —comentó Fabrizio con ánimos de entablar conversación.
—¿Qué mutual? —preguntó Tina distraída en evitar mirarlo a los ojos para no chocar su boca contra la de él en el intento. O al menos para no quedarse hipnotizada mirándosela.
—¿Cómo qué mutual? “La” Mutual. La Mutual de ayuda entre evolucionados y recesivos.
Una Mutual es una entidad sin ánimo de lucro constituida bajo los principios de la solidaridad y la ayuda mutua en las que unas personas se unen voluntariamente para tener acceso a unos servicios basados en la confianza y la reciprocidad. O al menos eso es lo que dice la teoría.
—¿Un año ya?
—El otro día vi a uno de los Mutuantes fundadores en el área restringida —le confió al oído para que sólo escuchara ella… O para aprovechar y rozar sus labios en su cuello.
Un escalofrío le recorrió todo a lo largo de la espina dorsal, haciendo que se pusiera roja hasta las pestañas.
—¿En serio? —consiguió decir.
—Mutuante —resopló—. Qué nombre sugestivo ¿no? Después se ofenden si les decimos mutantes, pero a los prestamistas de la mutual fundada por muchos de ellos mismos, les hacen llamar mutuantes —postuló remarcando la segunda u.
—Ese nombre existe desde mucho antes que los mutantes.
—Sí, pero La Mutual no. Podrían decirles simplemente prestamistas. Yo creo que fue a propósito.
—Eso es lo de menos. Pero ¿Qué tiene que hacer un prestamista de La Mutual acá? —susurró, y casi se atoró ante el continuo roce de los labios de él en su sien.
—Lo mismo me pregunto yo —volvió a hablarle bajito—.  Se supone que financian proyectos de colaboración mutua para evitar la discriminación, y hasta ahora los análisis que estamos llevando adelante no parece que ayuden a ninguno de los dos bandos. Ni mucho menos el nombre sugestivo con el que se hacen llamar.
—Claro —respondió Tina y carraspeó.
—¿Qué pasa?
—Ya hay bastante lugar. Podrías ponerte más cómodo.
—Yo no estaba incómodo —la miró intensamente y continuó—, pero no quiero que vos lo estés.
Le sonrió y ella se derritió en un charco a sus pies.
La puerta se estaba abriendo cuando de pronto sonó una alarma. Fabrizio tomó a Tina del brazo y la arrastró afuera.
Una mujer corría hacia los ascensores. Cuando se cruzó con ellos, los tomó de sus cabezas y juntando sus oídos delante de su boca les rogó:
—¡No revelen los datos! ¡Nada! No digan nada de lo que descubran. Lo van a usar para controlar a lo evolucionados. ¡No lo revelen!
El escalofrío que les recorrió el cuerpo a ambos, los paralizó. Se miraron perturbados.
Un grupo de seguridad llegaba corriendo hacia la mujer que ya cerraba la puerta del ascensor y se iba. Los guardias la siguieron por las escaleras.
—¿Qué fue eso? —se preguntó Fabrizio.
—Raro, muy raro—acotó Tina.
Conversaron preocupados todo el pasillo hasta entrar al laboratorio. Ya con sus ambos blancos, barbijos y antiparras colocadas, caminaron hacia las mesas de pruebas. Fabrizio se acercó primero a chequear el estado de Compadre. Así habían nombrado a la máquina que realizaba la comparación del genoma humano histórico con el actual de un evolucionado.
—Mirá esto Tina. La cuenta regresiva de Comoadre se adelantó.
—No puede ser.
—Sí, fíjate.
—¡Cuatro semanas! ¿Se adelantó cuatro semanas?
—Increíble. Siempre se demoraba —recordó Fabrizio.
—Hoy están pasando todas las cosas raras juntas.
—Bueno pero por fin vamos a poder iniciar con el análisis cromosómico.
 La máquina sólo les diría cuál era el gen que mutó. Pero luego tendrían que averiguar cuál sería su función en el desarrollo de un embrión y cómo afectaba aquello al organismo.
—Se nos acaba la joda —bromeó ella.
—Tenemos que festejar antes de que no tengamos ni fuerza para salir a tomar algo.
—Lo decís como si nunca salieras.
—Hace rato que no salgo. Estuve estudiando mucho.
—¿Estudando en tu casa? ¿Y por qué no traías para estudiar acá? Con todo el tiempo libre que teníamos. Seguro que estudiabas sobre éste proyecto. ¿No?
—Cómo me conocés. Sí, pero acá no puedo estudiar. Me distraigo mucho.
—¿Por qué? Yo te hubiera dejado tranquilo. Me leía un libro en mi tablet.
—Igual me habrías distraído.
—No habría sido tan insensible.
—Justamente. No habría nada que hubieras podido hacer para que yo no me distrajera con vos.
Se miraron con audacia. Ya no podían simular no entender de qué hablaban. Hacía rato que Fabrizio se volvía loco por atisbar una porción de esa suave piel que escondía bajo sus recatadas ropas. Pero hacía muy poco que ella había dejado de usar aquel anillo de compromiso.
—Y ¿dónde iríamos?
—Yo me encargo. ¿Te parece hoy mismo?
—¿Hoy?
—Vayamos directo de acá. Es peligroso andar por ahí muy tarde.
—No. Quiero bañarme y cambiarme.
—Acá hay ducha.
—Mañana, y me traigo una muda de ropa.
—Bueno. Tendré que resistir hasta mañana.
Tina se sonrió feliz.
Pasaron las horas como solían hacerlo. Rodeados de magnesio, nitrógeno, dióxido de carbono, ácido sulfúrico,  peróxido de hidrógeno, almidón y otros compuestos más, se dispusieron a redecorar sus mesas de ensayo con reacciones químicas. Le dieron colores artísticos y cambiantes a los tubos de ensayo que adornaban sus mesas. Hicieron flotar objetos sobre gases muy densos o generando el efecto Meissner. Y organizándolo todo, el esqueleto García luciendo su bata blanca, anteojos y sombrero. Hoy le habían agregado un par de zapatos a sus pies también.
Sin sus juegos científicos, la espera se hacía interminable. Sólo debían aguardar el resultado de Compadre para proseguir la investigación.
Cuando se hizo la hora del almuerzo, decidieron almorzar un sándwich en la plaza.
Salieron entre la multitud de manifestantes y se dirigieron al local de comidas. Las noticias mostraban a los candidatos a líderes mundiales que elegirían todos los presidentes de cada país.
—Esa Freyes es una idiota —comentó Fabrizio.
—No puedo creer que haya gente que crea que por volver a la Edad Media recuperando esas retrógradas normas sociales de castidad, moralidad y condena social, la gente vaya a respetar mejor las leyes.
—Como si en aquella época no hubiera habido masacres e injusticias. ¡Increíble!
La pantalla holográfica mostraba manifestantes de otras ciudades, rompiendo vidrieras de sex shops, de casas de lencería, de cines para adultos, o cualquier otra forma en la que ellos consideraran que se estaban infringiendo sus reglas de moralidad.
—El otro día la escuchaba decir que el tratamiento de condena social que se les imponía a quienes rompían las normas del decoro y buenas costumbres promovía una sociedad más sana.
—¡Lo único que falta! Que nos aíslen otra vez a las mujeres por no llegar vírgenes al matrimonio. Eso se hacía en esa época porque no existían métodos para saber a ciencia cierta quién era el padre de una criatura.
—Esa loca no va a ganar.
—Eso espero. Lo mismo creíamos de nuestra jefa y míranos ahora. Cada vez que viene al laboratorio, andamos con el culo en la mano.
Ambos habían apostado que el puesto de ingeniero genetista líder, lo iba a conseguir otro de los tres candidatos que se habían postulado.
—Ni la nombres. No sea cosa que se aparezca hoy por ahí.
—Ni lo digas que dejamos todo tirado. No quiero pensar lo que pasaría si llegara a entrar y se encuentra con todos esos tubos de ensayo largando humo, e iluminándose en colores.
Ambos rieron con entusiasmo. No podían dejar de imaginar la cara de su jefa en aquella situación. Se miraron un momento a los ojos.
Fabrizio observó restos de mayonesa en la comisura de los labios de Tina. La tentación fue demasiado grande. Hacía varias semanas que se estaba conteniendo de realizar un movimiento audaz. Pensó en rozar sus labios con el pulgar, hasta alcanzar ese botoncito amarillo para limpiárselo y luego chuparse el dedo. Pero ya no aguantaba más. Quería hacer algo categórico.
Sin dejar de mirarla a los ojos, se acercó lentamente a Tina. Estando a pocos centímetros de su boca, bajó la mirada a sus labios y succionó esa porción de aderezo irreverente, para luego lamerlo suavemente.
Tina se sonrojo. Su corazón pálpito estrepitosamente. Quiso saltar a su regazo y devorarlo a besos. Pero avistó detrás de Fabrizio, a una mujer esbelta que cruzaba la calle hacia el edificio Genet.
Era su jefa Matilda que como castigo divino, caminaba hacia las oficinas del laboratorio.
—Fabrizio.
Antes de que Tina tuviera que siquiera decir algo, Fabricio ya se encontraba arrastrándola hacia las cocheras del edificio. Corrieron a los ascensores del subsuelo.
—Vayamos directo al laboratorio Fabri.
—No, Matilda va a demorarse cinco minutos en recepción, luego se dirigirá a recursos humanos. Seguramente se va encontrar con Barragán, y Acosta la va a retener otros minutos más. Eso nos tiene que dar una media hora de ventaja para arreglar todo lo que dejamos tirado.
Cuando la doctora llegó al laboratorio, los encontró terminando de limpiar los restos de recipientes y tubos que habían utilizado.
Había demorado exactamente media hora como había previsto Fabricio. Pero lo más asombroso para Tina, fue que les entregó unos protocolos de seguridad, recientemente homologados por Barragán, y sus recibos de sueldos firmados por Acosta.
No daba crédito a la precisión con la que había estimado todo lo que iba ocurrir.
La doctora comenzó a dar instrucciones sobre todo lo que debían realizar, una vez que Compadre terminase de realizar la comparación genética. Lo que no sería para nada molesto, si no lo hubiera repetido en cada oportunidad que se dignaba a presentarse. En cuanto corroboró que la cuenta regresiva de la comparación del genoma humano completo, sería en un menor tiempo del informado, se dedicó a echarles en cara el supuesto error en la información brindada por ellos. No pudieron hacerle entender que la cuenta regresiva se había acelerado hacía apenas unas horas. Menos pudieron explicarle que tenían intención de informárselo a la brevedad.
Debieron soportar su presencia durante una hora, que era todo lo que ella solía presentarse para supervisar el trabajo. Pero en cuanto puso un pie fuera de la sala, respiraron y rieron aliviados.
Pronto Tina recordó la precisión con que Fabrizio había anticipado todos los movimientos de Matilda.
Lo miró con respeto e intensidad.
—¿Como sabías todo eso Fabri? —preguntó azorada—. ¿Sos un mutante?

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