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La más romántica de las historias

martes, 28 de febrero de 2017

La menos probable de las historias

Corrían desesperados. Sus corazones galopantes no sólo por la carrera, sino por la adrenalina que llenaba sus venas.
Pasaron frente al complejo "La Margarita", que recibía su nombre del naufragio que acababa de darles el susto de sus vidas.
Siguieron por la serie de locales comerciales de la Costanera y doblaron hacía el Camping del Automóvil Club Argentino.
Una vez en la desierta plaza de altos eucaliptos
que se mecían fragantes por el viento, la atravesaron en diagonal a los tropezones, esquivando juegos, bancos, declives y pequeñas lomadas.
Corrieron a la casona de tejas y hermosos jardines. Sigilosamente treparon la pared que los internaba en el jardín de su casa de Mar de Ajó y sacudiéndose la arena de sus cuerpos, se metieron a la cama completamente inadvertidos de sus movimientos nocturnos.

Ya bajo las sábanas cada uno en su cama cucheta, comenzaron a reír con frenesí. A Martinita Argentina le saltaban las lágrimas. Guille se contagiaba más de su risa y reía más fuerte. Reían de nervios.

Una vez calmados. Se tomaron unos momentos.

—Marti... ¡eso estuvo increíble!
—¡Geniaaaal!
—Asombroso...
—Síiii.

Pensaron un momento.

—¿Vas a dormir? —preguntó escéptico Guille volteándose boca abajo para ver a Martina.
—No voy a poder pegar un ojo.
—Síiii... noooo... yo tampoco... ¡A ver el diario de la abuela del siglo diecinueve! —pidió extendiendo su mano hacia abajo donde dormía su prima.
—Tomá.
Extendió el diario que aferraba fuerte desde que salieron disparados de la playa.
—¿Estás segura que el mensaje cambió?
—Creo que sí. ¿Por?
—¿Dónde estaba? Ah, sí. Acá.
Buscó en la página que hablaba del frasco de dulce de leche y lo describía con gran detalle. Ese frasco que habían conservado por generaciones como una curiosidad y que habiendo pasado tantas generaciones de Mc Nairs y Richardsons que olvidaron su procedencia, ya no resultaba para nada curioso.  Se veía como un simple frasco de tapa oxidada y etiqueta raída. Se exhibía con descuido en el galpón de esa misma casa, guardando clavos, tornillos oxidados y monedas antiguas.
¡Un momento!
—¡Marti!
—¿Qué?
—¿No te suena un frasco en el galpón con monedas viejas?
—¿Un fras...? ¡Un frasco! ... Pero... antes...
—Sí... es como si siempre hubiera estado ahí, pero nunca antes lo hubiéramos visto.
—Como si recordara un sueño.
—¿Estará ahí o estamos delirando?
—¿Te suena de haberlo buscado antes cuando leímos la parte del diario dónde cuenta de él?
—No sé. Mis recuerdos son confusos cuando pienso en el frasco o en el mensaje en el diario.
—¿No habremos imaginado todo?
—¿Vos creés?
—Capaz.
—Sí, capaz.
—Capaz.
—Seee... capaz...
Cubiertos bajo la seguridad de sus sábanas, ninguno atinaba a salir de ellas para confirmar sus sospechas.

—¡Ma sí, yo voy a ver! —aventuró Martinita.
—¡Dale!

Se levantaron en puntitas de pies y salieron al jardín nuevamente. El rumor de los árboles y las sombras que formaba la luz de la luna formaba una escena tenebrosa para sus cortos años de edad.

El aspersor se encendió y los asustó de golpe. Ambos se abrazaron teniendo lo peor. Enseguida corrieron al galpón y se encerraron de un portazo.

La oscuridad les dio más miedo. Apenas se filtraba la luz blanquecina de la noche por una ventana.

Hallaron el interruptor y se sintieron aliviados de apagar las sombras bañando de luz eléctrica el polvoriento cobertizo.

—¿Dónde...? Ya sé... ahí. —Señaló Guille llevado por unos recuerdos borrosos de un sector donde en algún momento estaba lleno solamente de frascos de mayonesa y ahora creía que rompía esa monotonía de tapas plásticas anaranjadas, un viejo frasco de tapa oxidada.

—¡Ese frasco nunca estuvo...! ¿O sí? Es confuso todo.
—¿Estaremos soñando?... ¡Aww! ¿Qué hacés?
—En las películas siempre se pellizcan para saber si sueñan o no.... ¡Awww!
—Parece que ninguno está soñando.
Ambos se frotaban sus brazos doloridos.
—¿Cómo lo bajamos de ahí?

Guille no esperó. Trepó a la mesada colgando de sus brazos primero y elevando su rodilla se afirmó en ella. Se levantó con cuidado.
Parado sobre la mesada, la alacena le daba poco lugar de movimiento.
Alcanzó el frasco haciendo equilibrio para no irse hacia atrás. Lo bajó con cuidado y lo depositó en la mesada. Luego se balanceó y se tiró al piso de un brinco.

Examinaron el frasco. ¿Sería el del diario? Abrieron su tapa. Dentro habían monedas acuñadas en 1910, 1948, 1969. Todas de distintos tamaños y formas.

Lo levantaron y en la base había un papel muy amarillento.
Se miraron azorados.
Vaciaron el contenido del frasco que dejó restos de pólvora de óxido por toda la mesada.

Allí estaba el papel.

Una hoja cuadriculada.

—¿No es raro que haya habido hojas cuadriculadas cuando la abuela del siglo XIX encontró esa nota? —preguntó Guille. Ambos sujetos a la mesada como si fueran a quedarse sin sustento bajo sus pies. Miraban la nota como si fuera algo intocable. Como si estuviera radiactivo.

Martinita lo miró y contestó consternada:
—No creo que cuadricularan las hojas en 1890.
—1880. Acordate que el naufragio fue en ése año por más que el abuelo se fue de vuelta a Inglaterra en 1890
—Sí, más viejo todavía.
—Abrilo —ordenó Guille, pero ambos lo hicieron juntos.

Los deditos de quienes viven sus últimos años de niñez se entrelazaron en el papel que contenía la letra horrorosa que habían escrito una hora atrás y que habían abandonado bajo tierra en el naufragio, en la arena, en el frasco.

—Ayyy.... mamitaaa queridaaaa...
—Ayyayay... mamita...
—Mamita...
—Mamita linda...
—¿Cómo?
—¿Cómo se transportó?
—¡Es el fantasma del naufragio!
—Lo trajo hasta acá. Todo viejo.
—Ay, ay, ayyyyy...
—Tengo mieeedooo...

Ambos se miraban estacados en sus lugares hasta que Guille empezó a correr. Martinita lo siguió detrás con el terror de quedarse sola en el galpón.

No pudieron pegar un ojo hasta las nueve de la mañana. La mamá de Martina intentó despertarlos varias veces, pero lograron levantarse a las once.

No podía creer que debiera insistirles tanto para ir ala playa cuando cualquier otro día eran los primeros en estar listos y en insistir ansiosos por ira la playa.

Arrastraron sus juegos no muy convencidos de querer usarlos. Entre todos cargaban sillas, palitas, paletas, pelotas, pelotitas, conservadora, sombrilla, baldecitos y otros tantos objetos.

Ya instalados en la playa, veían con desconfianza hacia el lugar que bañaba el mar y que sabían que unas horas antes ellos habían enterrado un frasco con un mensaje. Se alejaron al médano que tenían a doscientos metros.

—Si el fantasma lo movió... ¿por qué también lo oxidó?
—Es un fantasma. Supongo que puede hacer lo que sea.
—¿Lo que sea?
—¿Qué sé yo?

En la noche de ese día, salieron a pasear solitos como siempre lo hacían. Caminaron por Avenida del Libertador y cruzaron frente al monumento al General San Martín en el gran Barco. Cruzaron frente al Shopping Ancla y caminaron a través de él que los dejaba en la calle Francisco de las Carreras, en honor al primer juez de la Corte Suprema de la Nación Argentina.

Caminaron hacia la playa rodeados de marquesinas anunciando "Artículos de playa", "mallas", "remeras", "lentes de sol", "gorras", etcétera.

Llegando a la peatonal nocturna,  no pudieron evitar el hechizo de la fábrica Sueños del Mar cuyas máquinas empaquetan a toda hora los deliciosos alfajores de chocolate, dulce de leche o fruta. Hipnotizados por las cuchillas que cortan el papel, encierran el disco sabroso envolviéndolo, avanza un lugar para que otras cuchillas lo encierren en un costado y al lugar siguiente las últimas cuchillas si. Fumo le dan el cierre al envoltorio perfecto dejando el disco encerrado en un prisma de papel dorado para el chocolate, plateado para el dulce de leche o de brillantes verdes o fucsias para los frutales.

Fueron a jugar a los "fichines" dónde las máquinas electrónicas de distintas generaciones convivían para competir por frutas, monedas, trofeos o salvar a la chica si no debían evitar que cayera la bolita que rebotaba dando miles de puntos por cada uno.

Maquinaron toda la noche sobre lo sucedido. No hallaban explicación alguna a lo ocurrido.

—Tenemos que hacerlo de nuevo.
—¿Otra vez? —dijo Martina temerosa.
—Seeee. Otra vez. Pero tenemos que hacer algo distinto.
—¿Algo cómo qué?
—No sé. Tendríamos que estar uno en la playa y otro viendo si el frasco aparece.
—¿Y si mejor solamente desenterramos el frasco para ver si es el mismo?
—¡Qué buena idea Marti! Primero descartemos lo del frasco.

La primera noche el mar estuvo demasiado crecido y no pudieron dragar el sector del palo más alto. Además temían perder el frasco en alguna de las olas. Y por sobre todo, no se meterían ni locos de noche en el mar con un naufragio encantado y un fantasma rondando.

La segunda noche el mar bajó lo suficiente. Rápidamente cavaron y con sorpresa hallaron el frasco.

—Está ahí.
—No entiendo nada. ¿Qué dice el diario? —inquirió Guille.
—¿A ver?
Buscaron en el diario, pero no hallaban la parte en que hablaba del frasco.
—¿No la tenías marcada?
—No, nunca se me ocurrió marcarla.
—Vamos.
—¿Qué hacemos con el frasco?
—Dejalo. Es la ofrenda a los abuelos.
—Sí, cierto. Pero ayúdame a enterrarlo.
—¡Ya sé! ¡Antes de enterrarlo! Andá a buscar el otro.
—Oh, ¿yo? ¿hasta allá?
—¿Preferís quedarte sola en la playa?
—Vamos los dos.
—Andá... ¡maricona! —se resignó Guille reflejando su frustración—. Está bien, enterremos éste de nuevo y vamos a traerlo.

Corrieron a la casa. Tomaron el frasco oxidado del galpón y lo llevaron a la playa.

Guille volvió a cavar intensamente hasta que dio con el frasco.
Martinita sostenía firme el viejo frasco en sus brazos cuando Guille tomó Del Pozo el nuevo y de pronto el que ella llevaba en sus brazos se desvaneció.
Suspiró del susto y Guille se sobresaltó.

—¡¡Desapareció!! ¡¡Desapareció, desapareció, desapareció!!
—No, dale... ¿dónde lo pusiste?
—¡Te lo juro por Dios! ¡Que me caiga muerta y partida por un rato acá mismo! Lo tenía acá mismo, en mi brazo y de pronto vos sacaste ese, y de pronto, ya no sentía el frasco, y de pronto creía que se me había caído, pero no está, no está, no está, no está.
—Fíjate si no rodó al mar. Capaz no lo escuchamos caer. En la arena no hace ruido.
—No está, no está, no está.
—A ver...
Lentamente volvió a dejar el frasco... pero nada sucedió. Miraron un rato hacía todas partes pero el viejo frasco no aparecía.

Decidieron volver a enterrarlo.
Al instante que comenzaron a hacerlo, el viejo frasco apareció en manos de Martinita que asustada lo arrojó. El frasco firme no se rompió y rodó lentamente hacia el mar.
—Dios mío, Dios mío, Dios mío, Dios mío — imploraban al cielo al unísono dando saltitos de la impresión. Como si les hubieran caminando cucarachas por los brazos y ahora sólo restará la sensación.

Ya repuestos, comenzaron a hacer pruebas. Cada vez que decidían juntar ambos frascos fuera del pozo, el viejo frasco desaparecía. Hasta que a Martinita se le ocurrió:
—¡Enterrémoslos juntos! No movamos el nuevo ni un milímetro.
Cuando así lo hicieron, el nuevo fue, ésta vez, el que desapareció.
No podían dilucidar el entuerto.
El pasaje del diario aparecía cuando decidían enterrarlo y desaparecía si decidían sacarlo.

Comenzaron a diagramas soluciones.
Mucho les costó sacarse la idea de que el frasco simplemente se trasladaba de un lugar a otro. Se escurrieron los cerebros cambiar mando de un lado a otro como pequeños Sherlocks.
—Entonces, no sólo es el frasco  —volvió a analizar Martinita—. Porque cuando lo enterramos, la abuela lo nombra en el pasado.
—Exacto, y si lo sacamos es como si no le diera importancia.
Ambos se miraron y dijeron al unísono.
—¡O nunca lo hubieran encontrado!
—Porque lo sacamos de ahí.
—Y no les llegó.

No daban crédito a su hallazgo. Se miraban sorprendidos.
—¡La abuela querida leyó nuestro mensaje!

Festejaron felices de haberse dado cuenta que el homenaje que habían enterrado con tanto amor, hubiese llegado a destino.
Ya sentados y dándole vueltas nuevamente al asunto Guille soltó.

—O sea que si sacamos el frasco no le llega.
—Pareciera.
—¿Por qué? Si el frasco ya lo enterramos hace tres días. ¿Por qué desaparece cualquier referencia a él? ¿No estaba hecho en el homenaje?
—No sé... capaz todavía no lo encontraron. Y si lo sacamos no lo encuentran más. Y si lo dejamos lo van a encontrar más adelante.
—¿Y si lo ponemos después? No sé... dentro de un año.
—¿Y si no podemos?

Se miraron perspicaces.

—El naufragio fue hace tres noches —analizó Guille—. Quiere decir que el abuelo todavía está por llegar a buscarla y sacar sus cosas. Si el frasco no está, nunca lo va a llevar. O al menos hasta que vuelva a ser el aniversario.

—¿Y si no vuelve a pasar nunca más? Si se nos pasa la oportunidad.
—¡Ay nooo! ¡Podemos contarles cualquier cosa del futuro para ayudarlos!
—¡Como en Volver al futuro!
—Sí, pero sin que vayamos nosotros.
—Digámosle a la abuela que se case cuanto antes con el abuelo Lionard y que lo operen al abuelo Felipe antes de que sea tarde, que le saquen la vesícula.
—¡Podría contestarnos por el diario!
—¡Claro! Sabríamos qué cuentan.
—No nos va a creer.
—Va a pensar que es una broma de alguien.

Ambos se sentaron con un bajón de euforia escribiendo garabatos en la arena.

—¡Ya sé! ¡Digámosle algo que vaya a pasar para que nos crea que es verdad!
—Contémosle todo lo que pasó cuando a los dos solos los encontró Venancio y todo lo que cuenta en el diario de la travesía en los médanos.

De sus mochilas sacaron papel y lápiz y comenzaron a escribir una larga carta con lujo de detalles de todo lo que le había ocurrido a Martina con Lionard en aquella playa.

Enterraron el frasco y cuando se disponían a leer el diario, un policía con acento brasileño  comenzó a hacerles gestos y decirles que vayan a sus casas que era demasiado tarde.
—O quê estão fazendo aqui tão tarde! Vamos para la casa.

Los chicos huyeron despavoridos.

Llegaron bien cansados y comenzaron a leer el diario. Todo normal parecía, hasta que se quedaron dormidos.

—Bom día crianzas! Arriba vamos que temos que ir á praia.

Los chicos se miraron sorprendidos. ¡Qué acento raro tenía!


—¿O quê acontecer Martinha?
—Eu não sei.
—Acho que o teu linguagem é estranho também.
—Também eu percebo isso de você.

Ambos presentían que sus acentos eran extraños, pero no podían comprender que estaban hablando portugués.

Caminaron a comprar unos "bolos" dulces para comer en el desayuno. Caminaron por "Avenida do Libertador".
Cruzaron al "Shopping Âncora" salieron a la calle "Visconde de Sabará", las marquesinas rezaban "Artigos de praia", "calças", "camisas", "bonés", "garrafa térmica", "óculos de sol".

Se sentían como en un sueño. Todo estaba de cabezas. ¿Por qué en Argentina se hablaba portugués? ¿Tanto turismo podría haber? ¿Eso estaba así antes? ¿Habrían colaborado a que las playas de Mar de Ajó se llenarán de turistas de Brasil?
Llegaron al local donde el cartel anunciaba "Paderia".
Se miraban azorados. Algo había salido mal y todavía no sabían por qué.

En el local de electrónica contemplaron los televisores. Todos los canales estaban en portugués. ¿Sería brasileño el dueño? ¿Influenciaría al resto de los locales?

Pero eran todas noticias de Buenos Aires en portugués. Noticias de Mar del Plata en portugués. No entendían nada.

Cruzaron a la plazoleta dónde la estatua del General San Martín se erguía bajo una placa en portugués que rezaba sus hazañas "Libertador de España antes de que el Imperio de Brasil invadiera Argentina. Posteriormente a la guerra contra el Paraguay, en 1892 y gracias al poderío del Imperio brasileño fortalecido en sus exitosas campañas de los miembros esclavistas que lideraron la reconquista en Argentina y Paraguay del derecho de los asendados a la posesión de esclavos, se anexaron los territorios de Argentina, Uruguay y Paraguay al reino de Brasil y posteriormente a la República del Brasil".



—Martina.
—Guille...
—Martina...

Corrieron despavoridos en búsqueda de información en el diario de la abuela del siglo XIX.

 —Lembra Volver ao Futuro? —preguntó Martina recordándole la saga cinematográfica.
—Elles cambiaron o futuro.
—Ay não!
—Sim.

Corrieron al diario y aún estaba escrito en castellano. Afortunadamente entendían todo a pesar de que hablaban en portugués.
Pasaron a la parte del casamiento.
Había sido dos años antes. ¡Con Víctor!
Bill sí se había casado con Isadora.

Corrieron a buscar sus documentos.
El apellido de Guille seguía siendo Richardson. El de Martinita era Núñez.

—¡Me voy a desvanecer como Martin Macfly!
—¡Y yo también! Lionard es abuelo de los dos.
—¿¡Qué vamos a hacer?!
—¡¿Pero por qué hablamos portugués?!
—No lo entiendo.

1880 Estancia Antúnez Almaraz.
—¡Isadora! Escribió todo lo que ocurrió en la playa para que mi padre lo leyera y se avergonzará de mi! ¡Es una despreciable rata de albañal! ¡Lo odio!
—Pero aquí dice que no fue él.
—¡Claro! Sí. Seguramente unos niños del futuro dejaron una carta en un frasco ¡un siglo más tarde!

Mar de Ajó 1990.

Una publicidad del más grande se escuchaba en la pantalla del televisor.

—O Messi, ó jogador mais grande do mundo recomenda a vocês...
—Pra nós o povo brasileiro a melhor camisa e a de nossa seleção, a melhor de todo o mundo, a brasileira...

Martinita y Guille se miraron horrorizados.

—¡¡Nooooooooo!!

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